Fragmentos
Theresa Auclert
Otoño
Ayer fue un día terrible. Cuando todo parece tranquilo durante un tiempo tiendo a confiarme, a pensar que todo seguirá así, pero no dura mucho, siempre vuelvo a caer. El malestar sigue mis pasos haga lo que haga. Sé que nunca podré escapar de esta sensación, pero pensaba que, tal vez, por fin, podríamos haber acabado. Siempre me sorprendo cuando vuelvo a caer, pero, al mismo tiempo, es algo conocido, una sensación horrible pero cálida. He pasado muchos años en sus brazos y ha sido la única cosa que siempre me ha acompañado, incluso cuando todo el mundo me dio la espalda.
Soy joven, según dicen agradable en general, sin más, no me importa demasiado. Tengo trabajo, he logrado llegar a tener buenas notas y hace ya diez años que comenzó la peor temporada de mi vida, justo en aquellos horribles años de instituto. Esperaba que con el tiempo todo mejorase, pero supongo que hay cosas que nunca cambian. Desde pequeña he sentido que no era lo suficientemente buena, no me llevaba demasiado bien con el resto, mis notas hasta hace poco no eran brillantes, más bien mediocres. No encajaba con lo que mi familia esperaba de mí, no lograba llegar a ese “nivel” de hija que cualquiera desearía. Por mucho que lo intente no creo que pueda llegar a alcanzarlo nunca. Tengo fuerzas para seguir adelante, siempre lo he hecho. Tengo fuerzas para fingir que no me pasa nada, para fingir que todo va bien, para seguir con la rutina y el ritmo diario, pero hay momentos en los que todo parece estar a punto de desmoronarse.
Hasta ahora he conseguido mantener todas mis construcciones estables, aunque no sé por cuánto tiempo lograré que sigan en pie.
Cada curso universitario es más competitivo que el anterior, cada movimiento más complejo, la ansiedad cada día más difícil de ocultar.
¿Todo este esfuerzo y sufrimiento servirá realmente de algo? Prefiero no pensarlo mucho. De momento, únicamente, he conseguido llegar a ser dependienta de unos grandes almacenes.
En verdad, no debería quejarme tanto, es más de lo que muchas de las personas de mi promoción han logrado.
No es un mal contrato, no está tan mal.
Algo es algo.
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La desesperación marca cada una de las mañanas frente al calendario, mientras trago con desgana mi café. Debo permanecer serena, al menos lo suficiente para mantenerlo todo en orden: el trabajo, los estudios, la familia, en algún momento todo mejorará, ¿no?
Las confrontaciones matutinas son marca de la casa. Debo apoyar a mis padres en todo su caos diario, es mi deber como su única hija: ser árbitro y juez en cada una de sus discusiones cada vez más frecuentes.
Siempre tenemos jaleo, hay días en que las diferencias se localizan entre ellos, días en los que el nuevo frente son mis tías o tíos, días en los que también están metidos mis abuelos y días en los que podemos encontrar un poco de todo.
Siento cómo el desgaste familiar ha llegado a un punto de no retorno. Llevan así mucho tiempo, pero últimamente han empeorado. Lo peor de todo es la falta de franqueza y sinceridad, sumado a la necesidad de boicotear al contrario constantemente y a la competencia forzada entre los miembros más jóvenes de la familia.
Cuando era más pequeña no solía llorar nunca, lograba aguantar, ¿por qué ahora siendo adulta se me saltan las lágrimas? ¿Acaso me he vuelto más blanda? No lo entiendo, no me entiendo.
Sé que todos esperaban que yo fuera otra persona. Antes de mi nacimiento esperaban que fuera un niño, compraron absolutamente todo lo necesario para mí en tonos azules y multitud de juguetes de niño, mi padre pintó la habitación con cochecitos y luego ¡pam! nací yo.
Siempre me ha hecho gracia, desde que nací empecé a llevarles la contraria, aunque el azul siempre ha sido mi color favorito, nunca tuve problemas con eso.
Hay algo bueno en ello y es que, aun siendo una niña, se me educó para ser fuerte, para no llorar, para no mostrar debilidad o la sensibilidad que tradicionalmente en nuestra sociedad se vincula con el género femenino. Lo negativo era la misoginia que yo misma iba acumulando. Hasta pasados los veinte no me sentí cómoda con ropa “de chica”. Sentía que si la usaba se me percibiría socialmente como un sujeto vulnerable, trataba de ser siempre fría y distante, con un aspecto que no incitara al gusto masculino. Odiaba lo femenino, especialmente porque me sentía atraída hacia ello de una forma que aún no entendía. No quería que pensaran que era una niña tonta o frágil, pero nunca he sido tan fuerte como ellos, no estoy hecha para soportar tanto odio y frustración. No soporto tanta falsedad en todos los aspectos, en todas nuestras relaciones internas.
Recuerdo que, cuando era pequeña, mi vecina pasaba largas temporadas en su casa de baja por depresión y las mujeres del vecindario siempre decían que eso le pasaba por no tener cosas que hacer, que si tuviera todo lo que ellas tenían que hacer se le quitaba la tontería.
Igualmente, mi primo lleva años de apoyo con una psicóloga para lograr superar y controlar algunos aspectos de su vida y cada vez que ese tema aparece en las conversaciones familiares es el centro de las burlas durante el resto del día. Yo misma soy muchas veces cómplice de tales comentarios y risas, es difícil no seguir la corriente o no ser cruel cuando por fin se te presenta la oportunidad. Sé que está mal, soy consciente de ello.
Tal vez llevo bastante tiempo agobiada por todo, abrumada por la vida en general, pero siempre logro seguir. Soy de la familia, debo parecerme a ellos, no puedo caer, no podría hacerles algo así a mis padres, soy su legado, para ellos sería otra tragedia más, para la familia otro fallo para echarme en cara y ya he cometido demasiados errores. Como ya dije, desde el principio nunca he sido lo que el público esperaba.
Invierno
Me gusta el frío, pero mi piel es demasiado sensible, en cuanto empiezan a bajar las temperaturas se me empiezan a cortar las manos. Comienzo a tener los nudillos hinchados y rojos, la piel se empieza a desprender y vivo pegada a mi bote de crema hidratante. Mientras, cada dos por tres, tengo que mezclar el ungüento con gel hidroalcohólico, para desinfectarme tras entregarle el cambio a los clientes que pagan en efectivo. A este ritmo me quedaré sin piel en las manos. Tal vez debería ir al médico, pero paso, me da pereza.
Hoy sin previo aviso ha vuelto el vacío, la sensación que marca el preámbulo del fin. Tras algunos momentos aterradores creo que me siento mejor, pero sigo afectada por los pensamientos que, a lo largo del día, han sacudido mi cabeza. Trato de centrarme en estudiar las horas en las que no estoy en el trabajo. Trato de llenar cada minuto de mi día, así no me da tiempo a preocuparme demasiado, a pensar demasiado. Debo centrarme en las mil cosas que tengo entre manos, debo mantenerme ocupada. La rutina, los estudios y el trabajo me salvan de mí misma.
Pero el miedo me consume, siempre me acecha, siento que algo va a salir mal y ni siquiera sé el qué, solo lo presiento. Presiento que algo malo va a ocurrir. Es como si todo lo que he logrado hasta ahora pudiera ser destruido de un momento a otro. Todo me asusta, pero aun así logro contenerme la mayor parte del tiempo, salvo cuando se me juntan demasiadas cosas.
Echo de menos la época en la que empezamos la universidad, aquellos días en los que pasábamos horas y horas juntos, en la misma clase, todos mis amigos y compañeros. El paso a la edad adulta está siendo solitario, cada uno en un destino, con unas tareas y caminos totalmente diferentes, desbordados por las obligaciones y las diversas especializaciones elegidas. Sin apenas tiempo para disfrutar ni juntos ni separados. ¿Es esta la vida que vamos a llevar siempre? Y si es así ¿merece la pena?
Quiero volver a aquellas comidas tras las clases, volver a reírnos de este o aquel profesor que considerábamos inepto. Quiero volver al piso de estudiantes, volver a acabar llorando de la risa por tonterías, a los abrazos, a las manualidades y a las horas muertas fumando entre sonrisas, a aquellas primeras veces. Pero ahora todo eso está demasiado lejos, al igual que ella, echo de menos estar a su lado, y en todos estos años ni siquiera he tenido el valor de presentarle a mi familia. Ellos no se esperan algo así de mí.
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Ahora todo es demasiado serio, todo es importante, nos la jugamos en cada paso que damos, no hay tiempo para tonterías, es el momento de forjarnos un futuro. Debemos aprovechar estos años para encontrar el equilibrio que nos permita sobrevivir económicamente. Eso es lo único que importa, debemos estar centrados, debemos poder con todo, somos jóvenes.
Desde que somos peques se nos explica que lo importante era lograr tener independencia económica. Al terminar el grado lo que debía hacer era buscar trabajo y “empezar a sacar partido al título universitario”.
Tanto estudio y sacrificio para acabar vendiendo roscones y panettones, mientras me taladran el cerebro con villancicos y publicidad en bucle. Lo peor de todo esto es que toda mi familia se alegró más al enterarse de que tenía este contrato que cuando les comenté que iba a estudiar bellas artes.
Recuerdo aquello, cuando les solté la noticia, recuerdo sus caras y comentarios. Todos esperaban que me decantara por derecho o alguna carrera de económicas, ya que había decidido no optar por una ingeniería, que para ellos habría sido lo idóneo. Se sintieron traicionados. Piensan que he malgastado mi tiempo y esfuerzo en algo que no tiene salidas y se encargan de recordármelo en cada comida o cena. Durante mucho tiempo, opinaban que no tenía futuro. Ahora, al menos, tengo una chapita con mi nombre sobre la solapa de la chaqueta, algo es algo, teniendo en cuenta mis elecciones, ¿no? Al menos tengo un sueldo, ¿qué más puedo pedir?
Pero ¿qué es lo que importa cuando apenas puedo soportar la existencia sin haber llegado siquiera a los veinticinco? ¿Por qué todo este tiempo se me ha hecho tan largo? ¿Por qué, aunque he tenido temporadas buenas, no he logrado sentirme en paz, ni siquiera cuando las vivía?
Desde muy joven, aproximadamente desde los primeros años de mi adolescencia, sentí que mi vida no iba a ser muy larga. Pensar en llegar a los cuarenta siempre se me ha hecho cuesta arriba. Cada cumpleaños suponía más carga para mí, no sé explicarlo, pero no estoy segura de estar conforme con nada, con ninguna de las opciones de vida existentes. Por ahora me centro en lograr conseguir dinero y algún puesto estable, para llegar, en algún momento, a comprarme una casita, adoptar algún perro o gato y tal vez tener por fin la libertad de estar con quien quiero estar. Supongo que es a lo único que aspiro, pero aun así no siempre encuentro las ganas suficientes para estar segura de ello, en ocasiones simplemente quiero escapar de todo.
Todo sería mucho más sencillo si hubiera nacido como ellos deseaban o si, en vez de haber nacido yo, hubiera nacido otra persona, si lograse ser normativa en todos los sentidos y encima pudiera dedicarme a estudiar una ingeniería. Pero por desgracia soy todo lo contrario, por mucho que luche contra ello, por mucho que lo niegue o desee ser de otra forma, no puedo dejar de ser como soy, no puedo dejar de ser yo. ¿Es tan terrible ser quien soy? Tal vez sí.
Primavera
Han pasado algunos meses desde que escribí aquellas entradas. No han sido unos meses malos, en el trabajo me siento cómoda, en la universidad he sufrido algunos altibajos, pero tras algunas semanas terribles he podido superarlo. Esta temporada comenzó de forma aceptable, he podido viajar, algo que hace años me habría producido una ansiedad terrible, pero al volver a casa el caos me estaba esperando, como ya dije: siempre que parece que las cosas van bien algo lo destroza todo.
Comienza a hacer calor nuevamente, esta vez demasiado pronto. Odio el calor, más aún cuando lo único que quiero es esconderme bajo una manta todo el día. Si no fuera por mis obligaciones diarias no sé qué sería de mí. Ni siquiera sé de dónde saco la fuerza para seguir con todo ello. Tal vez puedo con ello porque es como un premio, un descanso mental, ya que durante esas horas estoy obligada a dejar de pensar en todo lo que me abruma.
Últimamente estoy conduciendo más de lo normal, me hace sentir bien. Dentro del coche yo tengo el control, el poder, sobre absolutamente todo. Al transcurrir por las carreteras solitarias que llegan hasta mi pequeño pueblo me planteo algunas cosas, los límites de los arcenes me retan con la mirada. Me tranquiliza tener esa opción. Es difícil decir esto, pero saber que podría ser capaz de acabar con todo, si la cosa se vuelve insoportable, me ayuda a seguir con mi día a día.
Cuando estoy totalmente inmersa en la oscuridad, saber que tengo ese control sobre mi propia vida me ayuda a seguir. Puedo darle otra oportunidad a todo y otra más, hasta que todo se vuelva tan insufrible que pueda valorar esa opción. Es mi último plan si todos los demás fallan, mi joker de reserva por si me quedo sin jugadas. Eso me relaja.
Hay personas que son felices, que tienen una familia feliz y ese tipo de cosas, antes les odiaba por ello, ahora tan solo les miro agotada, con envidia. Ellos pueden vivir más ligeramente, yo cada día cargo con más peso, pero no es nada nuevo, no entiendo por qué me sigue afectando tanto.
Mis padres me mantienen, tengo un techo y comida, no estamos demasiado mal económicamente, no he sufrido una gran tragedia, el instituto fue una mierda como para la mayoría, pero poco más. Las pequeñeces que debo afrontar no son para tanto, hay muchas personas que están peor, a las que les han pasado cosas horribles. No debería quejarme, no voy a quejarme. La vida no es fácil ni bonita para nadie, es lo que hay.
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Empieza la jornada, hemos cambiado los panettones por bañadores. Mi madre está encantada con los descuentos que nos hacen por ser empleada. Cuando empecé a generar ingresos fue la primera vez en años que mi familia me felicitó por lo que había logrado. Siempre he querido seguir mi propio camino, pero me desgarra por dentro todo esto, la falta de empatía y apoyo durante tanto tiempo. Nunca he sido una persona que necesitase una palmadita en la espalda, además, aunque la hubiera necesitado no la habría tenido. No me quejo de mi trabajo, mis compis son geniales, pero no he estudiado tantos años para acabar toda la vida en este puesto. Ojalá pudiera dedicarme a algo mínimamente relacionado con lo que tras la selectividad elegí. Tantas horas allí son agotadoras y siento que me quita el tiempo y las ganas que debería estar dedicando a mis estudios superiores, pero me da miedo confesarlo. No puedo permitirme aceptar que esto me supera, que es demasiado para mí, justo ahora que parecía que empezaban a estar contentos conmigo, justo ahora que empezaba a retomar el contacto con ellos, ¿cómo van a estar orgullosos de mí si me rindo? No puedo fallar, tengo que poder con todo, sea como sea.
Sacrificaré horas de sueño, como si volviera a los exámenes finales. Tengo que sacarlo todo lo mejor posible. Debo esforzarme, tengo que hacerlo, ya lo he hecho otras veces.
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El otro día, en una quedada familiar, vimos en la televisión un anuncio en el que aparecía una familia compuesta por dos madres y algunos hijos. Siendo sincera, me hizo ilusión verlo, incluso sonreí, pero se me pasó rápido. Al momento comenzaron los comentarios, no pude terminarme la comida, utilicé la famosa excusa de “estoy cansada” y desaparecí de la escena. Tras ver el anuncio empecé a escuchar molestas protestas al respecto, se preguntaban por qué debían meter “esas cosas” en los anuncios. He peleado mucho con todos ellos por este tema, hemos tenido discusiones serias y aun así no quieren entenderlo.
Recuerdo cómo durante un tiempo se oponían abiertamente a que las familias compuestas por dos personas del mismo género pudieran tener niños. En otras ocasiones, cuando en algún programa aparecen parejas no normativas besándose o mostrándose afecto, reaccionan negativamente. Al contrario, ver las noticias siempre mientras comemos no parece hacerles ningún efecto. Ojalá pudieran controlarse un poco, especialmente con el fin de evitar que mis primos pequeños escuchen ese tipo de cosas.
Desde muy joven he peleado mucho con mis familiares para tratar de evitar ese tipo de comentarios. Desde pequeña me duele mucho que se haga daño a las personas de forma tan gratuita. Pero siempre acabamos peleados, alzando la voz y sin llegar a acuerdo alguno. No nos entendemos. Pero, sinceramente, una persona así ¿es una buena persona? Yo tengo dudas, si no fuera mi familia diría que no, pero lo son, por lo que tiendo a justificarles. Ya sea argumentando que son mayores, de otra generación o apoyándome en que no entienden bien ese tema, pero en verdad hay cosas que no se pueden justificar.
Ojalá pudiera invitar a la persona que me gusta a la cena de navidad, a pasar tiempo con ellos y que pudieran conocerse. Pero no puedo. Ellos no lo saben, no se lo he dicho a casi nadie. Lo he ocultado en el trabajo, para que eso no afectara a mis oportunidades laborales, también lo oculto en casa y en gran medida en la universidad, prefiero ser discreta, por si acaso, nunca se sabe. Me duele mucho y en ocasiones siento que se me va a escapar algún comentario que lo estropeará todo. Estoy oculta en tantos frentes, tengo que estar alerta, si bajo la guardia la puedo liar sin querer.
Debo hablar de chicos con mi jefa, debo soportar que me pregunte si tengo novio. Tengo que seguir la corriente en todo momento. Debo llegar a casa y aguantar que mi madre me interrogue sobre si hay algún compañero guapo en el trabajo mientras trato de salir de ahí como buenamente puedo.
Tal vez pueda ocultarlo siempre o al menos hasta que pierda el contacto con mi familia.
Ojalá las cosas fueran sencillas.
Ojalá pudiéramos acabar siendo todos felices.
Verano
El excesivo calor hace que mi energía mengüe mucho más de lo que había esperado, tal vez este año en general estoy más cansada. He quedado con mi amiga de la infancia. Hacía bastante que no nos veíamos, supongo que la vida adulta hace que no tengas tiempo para la gente que te importa.
Gracias a ella me he dado cuenta de que mi situación no es excepcional, estamos casi todos en el mismo barco. Hemos ido juntas al colegio y al instituto, menos mal que estaba conmigo, ella era mi eje, mi estabilidad en medio de todo ese caos. Siempre la he admirado, es tan alta y fuerte, tanto física como mentalmente. Sus padres son personas tranquilas, tal vez algo pasotas, pero le dan tanta libertad y apoyo que es envidiable.
Comenzamos la universidad en facultades diferentes, ella se decantó por magisterio, algo que a priori pintaba bien. Tras finalizar sus estudios no encuentra trabajo en ningún centro privado o concertado, tampoco en escuelas infantiles y no ha tenido más remedio que trabajar cuidando a unos niños por las tardes. Les recoge del colegio y les atiende hasta que vuelven sus padres. Cuatro años de carrera y dos de máster para ser nanny.
La pregunta es ¿cómo podemos seguir levantándonos cada día?
Para mí la universidad fue algo genial en muchos aspectos, conocí a personas maravillosas y me llevé buenas experiencias. Pero ¿hemos invertido tanto esfuerzo y dinero para que el mercado laboral nos desgarre de esa forma? Teóricamente lo que ella estudió tenía salidas, no como en mi caso, entonces ¿por qué ambas estamos igual de mal? El periodo de búsqueda de trabajo es tan desgastante, hemos pasado una amplia temporada tratando de encontrar algo bueno relacionado con lo nuestro. Ella, al menos, puede poner en práctica lo que ha aprendido con los niños a los que cuida. Yo, a las malas, puedo ponerme artística organizando el último stand de cremas bronceadoras.
Recuerdo cuando empecé a mandar currículums a diferentes sitios. Probé, como ella, en institutos y colegios, también en diferentes academias. Un día me llamaron, parecían interesados en mí, eran los propietarios de una academia. Me ofrecieron incorporarme aquella misma semana. Todo parecía correcto hasta que me comentaron un pequeño detalle: mi sueldo sería de seis euros la hora, dando únicamente cuatro sesiones a la semana y sin tener un contrato oficial ni estar dada de alta. Obviamente, tras varias ofertas y planteamientos de este tipo, renuncié a toda esperanza de “dedicarme a lo mío”, al menos por ahora, y empecé a buscar el típico trabajo al que accedemos la gente joven: dependienta.
No podemos pensar a largo plazo, no podemos planificar un futuro claro ni organizar nuestra vida, vivimos prácticamente al día o al mes. Con la presión de las generaciones previas y con sus comentarios pululando a nuestro alrededor. Haciendo lo que podemos, esforzándonos, aunque los resultados no sean demasiado buenos. ¿Qué deberíamos hacer? Hemos seguido los pasos que nos iban planteando. De una forma u otra, hemos seguido el camino, eligiendo mejor o peor, pero lo hemos seguido, ¿qué pasa ahora?
Estamos todos tan perdidos. Dicen que es hasta los treinta y luego te estabilizas. Pero me queda mucho hasta llegar a tener esa edad, ¿podré aguantar? ¿Qué camino debería seguir? ¿Cuál es el siguiente paso?
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Debo finalizar algunas cuestiones académicas antes de que comience el próximo curso. Estoy agotada, incluso cuando me acabo de despertar, no sé qué me pasa. Tal vez me falta alguna vitamina, he comprado zumo, a ver si se soluciona con eso.
Todo tiene que salir bien, espero poder hacerlo. Últimamente estoy tan centrada en estas cosas que hasta sueño con ellas. Debo entregarlo todo perfecto, no puedo fallarle a mi tutora. La admiro mucho. No quiero que piense que soy mala alumna o que se arrepienta de haber aceptado tutorizarme. Debo entregarlo con el suficiente tiempo para que lo lea con calma por si debemos corregir algo.
Suelo imaginarme todos los escenarios posibles de cada cosa que hago y tiendo a enfocarme, sin querer, en todas las cosas negativas que podrían ocurrir. No puedo evitarlo. Aunque, por suerte, debo compaginarlo con el trabajo. Esas horas son como unas vacaciones mentales, un descanso. Es como un juego. Es agotador estar a todo, obviamente, pero me entretiene hablar con los clientes, estar en la caja, colocar estéticamente los artículos. Hay veces que lo pienso y, bueno, tal vez no está tan mal. No lo sé.
A mi prima lamentablemente le han despedido de su trabajo, al parecer había estado algunos meses de baja por depresión y ansiedad, también han encontrado una estrecha relación entre esos problemas y la obesidad que sufre desde muy joven. Sus padres no nos habían comentado nada por miedo a la reacción.
Esta semana iré a verla, no está sola, quiero que lo sepa. Nadie más en nuestra familia la apoyará de forma comprensiva, sólo se dedicarán a hablar a sus espaldas, como hacen siempre. Es el leitmotiv familiar: tras haberte puesto verde durante días, te reciben con una sonrisa falsa. Tú sabes que no te quieren allí y que han estado hablando de ti, ellos saben que ninguna sonrisa puede esconder tantos años de convivencia y falsedad, pero seguimos con el teatro. Somos así, es lo que hay.
Mi prima y yo de pequeñas pasábamos mucho tiempo juntas. A ella siempre le ha costado sacar buenas notas, nunca se le dio bien estudiar, pero cuando su hermano empezó a destacar ella empeoró todavía más.
Mi primo, su hermano pequeño, siempre ha sido una persona capaz de sacar en todo sobresaliente. Cada curso, cuando nos entregaban las notas, antes de las quedadas familiares, recuerdo a mi madre regañándome por sacar notas regulares y cuando me quedaba alguna lo escondíamos. No podía decírselo a la familia, aquello era motivo de vergüenza, especialmente cuando mis tíos llegaban con los sobresalientes del niño.
Yo solía ser de notable en las asignaturas que me gustaban, pero en el resto no subía de seis, contando con algún suspenso. Por otro lado, mi prima, siendo mayor que nosotros, era constantemente comparada. Le solían quedar bastantes y en general cuando aprobaba era con notas muy justas. Recuerdo su cara cuando sus padres no podían parar de hablar de su hermano estando ella presente, mientras eran incapaces de dedicarle una palabra de afecto a ella.
Nosotras nos entendíamos. Con ella podía ser rebelde sin que nadie se enterase, confiaba en ella plenamente. Yo siempre era una niña educada y callada, lo que se describiría como “modosita”. Pero ella me enseñó a hacer skate, me enseñó a pintar con spray, me enseñó a robar alguna que otra chuchería de la tiendita del barrio sin que nadie se enterase. Me hacía reír y cuidaba de mí, como si fuera mi hermana mayor. Al final, las dos éramos la pieza que no encajaba de cada una de sus familias, ninguna éramos lo suficientemente buenas para el resto, pero para nosotras éramos geniales. Para mí, ella siempre será genial.
En los últimos años no nos hemos visto, entre los trabajos, los estudios y la pandemia, llevábamos casi dos años sin vernos en persona. Un día, hace meses, nos cruzamos por el centro comercial.
No la reconocí hasta que la miré a los ojos, recuerdo ir rápido para no llegar tarde a mi puesto. Mientras recorría aquel trayecto, me fijé en una chica joven, con el pelito rubio y un lazo rojo, recuerdo que pensé “qué mona”. Al acercarme fui consciente de los problemas de movilidad que aquella chica sufría y pensé “pobre, tan joven”. Cuando giró la cabeza la identifiqué. Mi primer impulso fue quedarme quieta, no pude decirle nada, entonces ella dijo mi nombre, con una sonrisa. Mientras nos abrazábamos pude reaccionar y responderle.
Había cambiado mucho, antes de la pandemia no parecía tan afectada, solo tiene un año y medio más que yo, pero es como si todo le hubiera sobrepasado, como si se le hubiera ido de las manos. Tras identificarla todo perdió importancia, su estado o lo que a priori había pensado, todo daba igual, ella era mi prima. Sus ojos verdes seguían mirándome con cariño. Ella seguía siendo aquella persona genial que había sido siempre, independientemente de toda la mierda que durante años hemos acumulado. Seguimos siendo las mismas que éramos cuando nos juntábamos de pequeñas.
Voy a ir a visitarla cuanto antes, especialmente sabiendo que está pasando una mala temporada. Tal vez podamos apoyarnos.
Tal vez, dejando a todo el mundo al margen, como cuando nos escapábamos para pintar por los muros del barrio, podamos lograr superar todo esto. Sintiendo indiferencia por los comentarios y las charlas que se generarán a nuestras espaldas.
Siendo fuertes juntas.
Puede que esta sea nuestra mejor opción actualmente.
Tenemos que intentarlo, por lo que cada una de nosotras significa para la otra.